La aproximación de la ingeniería
frente a la naturaleza, del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, comenzó a
transformarse con el surgimiento del ambientalismo como un movimiento global
que sea alimentó de la creación de una conciencia pública sobre el imperativo
de proteger el medio ambiente, frente a la constatación de la existencia de
graves problemas ambientales y la necesidad de actuar para enfrentarlos.
Fue una conciencia que se detonó
con fuerza en los países desarrollados a mediados de los años sesenta y que
comenzó a gestarse muy lentamente desde principios de los setenta en los países
en desarrollo. Para esa época, la lluvia ácida, la contaminación de los ríos y
lagos, la contaminación del aire en las grandes ciudades, la amenaza de
extinción de diversas especies de flora y fauna, los múltiples accidentes
industriales con indecibles impactos ambientales y sociales, así como la
destrucción de los bosques tropicales del sudeste asiático y de las cuencas del
Congo y del Amazonas, se encontraron entre los principales factores que
contribuyeron a que el tema ambiental surgiera como asunto que requería no sólo
de la atención estatal, sino también de los más diversos grupos de la sociedad.
Al nivel gubernamental, este
ímpetu se concretó en la Conferencia de Estocolmo sobre Medio Ambiente Humano,
realizada en 1972, en la cual los países del mundo acordaron adelantar acciones
colectivas para resolver problemas de naturaleza transnacional –como la lluvia
ácida y la contaminación de los mares– y establecer capacidades nacionales para
enfrentar los diversos problemas ambientales en el ámbito doméstico, lo cual
permitió que se incorporara así el tema en la agenda de los gobiernos.
El ambientalismo se convirtió
gradualmente en una forma de identidad entre diversos grupos de la humanidad
ubicados en los más apartados confines, aunque en un sentido estricto no se
puede hablar de un solo ambientalismo. En efecto, existen muchos ambientalismos
cuyo nacimiento parte de las más diversas fuentes ideológicas, políticas,
sociales y científicas. Pero el común denominador que une a todos ellos es una
ética que postula nuestro deber de corregir las formas destructivas de relación
entre la acción humana y su ambiente natural.
La conciencia ambiental se fue
haciendo tanto mayor y, por ende, el ambientalismo se fue fortaleciendo en la
medida en que se identificaron con certidumbre nuevas amenazas ambientales
globales –como el declive de la capa de ozono y el calentamiento global a
finales de los años setenta, o los contaminantes orgánicos persistentes a
finales de los ochenta–, o en la medida en que los problemas ya conocidos se
fueron agravando -por ejemplo, la contaminación en los centros urbanos, el
transporte de desechos tóxicos y peligrosos, el declive de la biodiversidad, la
disminución de la disponibilidad de agua dulce para uso humano y diversas
actividades agropecuarias, el deterioro del medio marino y la deforestación.
No obstante el incremento del
deterioro ambiental –un fenómeno del cual no se exceptúa ninguno de los
países–, el tema ambiental ha presentado altibajos en estos últimos cuarenta
años en la prioridad de los gobiernos y en la agenda internacional. Así, el
tema mereció de nuevo una gran atención, una vez terminada la guerra fría y
ante el claro agravamiento de los problemas ambientales, como se expresó en la
Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992, en la cual se firmaron acuerdos
globales de la mayor trascendencia, entre los cuales sobresalen las
convenciones de biodiversidad y cambio climático.
Pero a finales de la década de
los noventa y durante el primer quinquenio del presente milenio, perdió
prioridad, como se manifestó en la resistencia de los Estados Unidos a firmar
el Protocolo de Kyoto y en el declive de las políticas ambientales en los
países desarrollados y en desarrollo.
En medio de esos altibajos, y
mirado en el largo plazo, el ambientalismo se ha concretado en el
establecimiento por parte de los gobiernos de instituciones y políticas para la
protección ambiental en el ámbito doméstico y en la generación de unos tratados
globales para enfrentar aquellos problemas que –como el cambio climático, el
declive de la biodiversidad o el deterioro del medio marino– sólo pueden ser
resueltos mediante una acción colectiva. Así mismo, se ha expresado en la
fundación de partidos verdes y organizaciones no gubernamentales, en acciones
por parte de numerosas empresas privadas que van más allá de lo que la ley les
exige en materia de la protección del medio ambiente y en un gran desarrollo de
la ciencia y la tecnología ambiental.
Recientemente, hace escasos dos
años, la confirmación científica de la gravedad del problema del cambio
climático así como los efectos de este fenómeno que comienzan a sentirse con
rigor en diversas regiones del mundo han detonado una nueva ola de preocupación
y acción en aras del tema ambiental. Se trataría del comienzo de lo que muchos
hemos denominado el nuevo ambientalismo, un movimiento que se cimienta sobre el
ineludible imperativo de actuar en forma decidida y continua, a partir de hoy y
durante las próximas décadas, mediante una acción colectiva sin precedentes en
la historia de la humanidad, si se quiere evitar que el aumento de la temperatura
a nivel global traspase el límite que, según los científicos, podría generar
unos costos sociales, ambientales y económicos del todo inaceptables.
Fuente: Consejo de Evaluación de los Ecosistemas del Milenio. Estamos Gastando más de lo que poseemos. New York: United Nations. 2005.
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